miércoles, 16 de marzo de 2011

Un cigarrillo.


Abrí el cajón de la mesita de noche, y saque la cajetilla de cigarrillos, tome una, lo introduje a mi boca, y gracias al encendedor de mi llavero, comence a fumar, fumar un cigarrillo me ayudaba a despejar la mente, siempre lo hacia, siempre lo había hecho, pero no se si en este caso lo podría hacer, los problemas me rebasaban, pero en realidad, ya estaba harto de los problema, los problemas te enfermas, te pueden lleva a un grado de estres impresionante, te llevan al precipicio más borrascoso del mundo, en el que pierdes completamente la cordura.


Sentado en mi cama, relajándome, mientras el humo de mi cigarrillo entraba y salia de mis pulmones, sentía como los problemas se iban, benditos estupefacientes.


Mire el portaretrato de la familia, que bonito era cuando ellos seguían aquí, antes de que esa perra me dejara por ese maestrucho de primaria, y se llevara mis hijos con ella, claro, la ley en esos casos siempre esta a favor de la mujer, pero, ¿porque? yo era mejor padre que ella, de eso estaba seguro, como no voy a ser mejor padre, si ella se desaparecía días enteros, sin avisarnos a ninguno donde estaba, claro, tiempo después me entere que esa ramera se estaba revolcando en la cama de ese maestro, y nosotros quien la casa con el Jesús en la boca, pensando que algo le puedo haber pasado esta vez, llegaba días después, como si nada hubiera ocurrido, sin dar expoliaciones a nadie, y haciéndose la mártir cada vez que yo, o sus hijos le hacia alguna pregunta, o algún reclamo.


Pero bueno, no vale la pena hablar del pasado, el presente es prometedor, promete una paz eterna, promete sentirme mejor, promete, promete muchas cosas.


Las palabras del doctor llegaron a mi mente de nuevo.


-Un cigarrillo más y te causara la muerte mi estimado amigo.


Ya era demasiado tarde.

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